La fabricación y el uso de cerámica en tierras valencianas se remonta al Neolítico, alcanzando un alto nivel técnico en época islámica. Sin embargo, no fue hasta principios del S. XIV que don Pere Boïl, señor de Manises, importó de Granada y Málaga los conocimientos y la mano de obra necesarios para comenzar a producir loza con esmalte estannífero en grandes cantidades y con notable repercusión internacional. Así nació una tradición de siglos que se extendería hasta la actualidad y que sigue tan vigente como el primer día.
El S. XIV supuso la estabilización de la sociedad tras los grandes períodos de conquista del S. XIII. La consolidación del sistema económico y de las redes comerciales se vio acompañada por cierto nivel de sofisticación en la sociedad, que desarrolló el gusto por las lozas decoradas.
Con motivo de esa demanda estética se produjo la entrada en los circuitos comerciales de una nueva cerámica decorada con efecto metálico dorado, hecho del cual se tiene por primera vez constancia en 1325. Aunque convivió durante los siglos XIV y XV con la cerámica decorada en azul sobre blanco, más utilitaria, fue la técnica de reflejo metálico lo que dio fama y éxito a la producción valenciana, concentrada sobre todo en Manises y exportada en el momento a toda Europa.
Tal es así, que ya en el siglo XIV y durante los siglos XV y XVI papas, nobles y reyes encargaron a alfareros valencianos cerámica dorada decorada con sus escudos para ser utilizada en sus palacios y fundaciones eclesiásticas. La obra manisera alcanzó fama y prestigio en medio mundo. Encontramos múltiples ejemplos de ello en la historia, como el caso de Alfonso el Magnánimo, el de la familia Médici, o el de los papas Borgia Calixto III y Alejandro VI, que realizaron continuos pedidos de piezas y azulejos para las salas del Vaticano. La azulejería también participó de ese auge, siendo demandada para la construcción de edificios emblemáticos del poder del Reino de Valencia como la Casa de la Ciudad, el Palacio Real, la Generalitat y la Lonja.
El S. XVII se vio marcado por la expulsión de los moriscos en 1609. Los señores de Manises, Paterna y otras poblaciones productoras se habían esforzado por mantener el engranaje productivo, como por ejemplo el primer gremio de alfareros de Manises, constituido en 1605. Pero la mayoría de la loza valenciana se fabricaba en poblaciones moriscas, por lo que el triste hecho histórico de la expulsión de los moriscos, junto a la falta de suministros y a la pujanza de la loza policromada de influencia italiana, que se produjo en Sevilla y Talavera, provocó la decadencia de la cerámica valenciana.
No obstante, y pese estas dificultades, durante el S. XVIII prosiguió la fabricación de lozas decoradas en dorado, azul y morado, principalmente en Manises. También continuó la alfarería ordinaria en poblaciones como Ademuz, Agost, Alaquàs, Biar, Canals, Castelló de Rugat, Liria, Orba, Ràfol de Salem, Segorbe, Traiguera, Utiel, Vall de Uxó, etc. Sin embargo, pronto sucedió algo que revolucionaría toda la producción de loza valenciana.
En 1727, el IX conde de Aranda fundó la Real Fábrica de Loza de Alcora. Quería competir con las lozas y porcelanas más apreciadas por las altas clases sociales al tiempo que ofrecer a la burguesía productos refinados a precios competitivos. Con una renovación estética total adaptada a los estilos imperantes en el momento, nuevos planteamientos técnicos, una academia de formación para sus operarios y una estructura por departamentos orientada a la producción de lozas de alta calidad, la Real Fábrica dio un vuelco a la producción valenciana, sobre la que tendría una influencia decisiva en los años siguientes.
Moldes, fórmulas, pigmentos y técnicas fruto de la renovación impulsada por la fábrica de Alcora se filtraron a finales del siglo XVIII y principios del XIX a otras poblaciones como Manises, Onda, Ribesalbes y Biar. A las innovaciones técnicas se sumó la frescura y la ingenuidad de las decoraciones coloristas y populares, realizadas principalmente por mujeres, consiguiendo una nueva loza vistosa y de bajo precio que alcanzó gran éxito comercial. Además, coincidió con un éxodo de población del campo a la ciudad, que exigió más viviendas e impulsó el artesanado. La industria del azulejo afrontaba entonces el reto de producir en gran cantidad y a un coste asequible para hacer frente a la demanda.
Pero el despegue de la industria azulejera valenciana se remonta al siglo XVII, cuando la ciudad de Valencia inicia su conversión en un importante centro productor de azulejería, que alcanza su cenit en el siglo XVIII dentro de los estilos barroco y rococó, exportando azulejos al resto de España.
La imposibilidad de seguir creciendo, junto a otros factores, fue la causa de que a mediados del siglo XIX dos importantes industrias azulejeras de Valencia se instalaran en Manises y Onda, iniciado en estos centros el desarrollo de la producción de cerámica arquitectónica que tanta repercusión tendría posteriormente.
Como consecuencia de esta evolución, el S. XX vino marcado por la industrialización, tanto en el sector del azulejo como en el de la loza y la mayólica. Se sucedieron las innovaciones técnicas y se crearon industrias auxiliares especializadas en la transformación de materias primas y la elaboración de esmaltes y colorantes. También surgió una gran variedad de formas sin precedentes adaptadas a las múltiples necesidades de la sociedad moderna, como los filtros de agua -con tipos tan complejos como el “Sinaí”-, o los recuerdos turísticos. Estéticamente imperaron dos tendencias: una popular, que continuó con la tradición del siglo XIX y otra más culta que estuvo en sintonía con la estética que imperaba en los centros europeos del momento, la cual participó tanto del historicismo como del modernismo más cosmopolita. De aquella época se conservan hoy en día múltiples testimonios de la aplicación cerámica en la arquitectura, tanto en edificios públicos como privados, así como carteles publicitarios y rótulos de establecimientos.
La cerámica valenciana atraviesa hoy en día una fase más de transformación dentro de su larga historia. El reto de adaptarse a los nuevos tiempos sin abandonar su gran legado y garantizando la pervivencia histórica de todo el saber heredado. Un reto en el que entidades como la Asociación Valenciana de Cerámica AVEC-Gremio están poniendo todo su empeño con proyectos como la creación de la marca colectiva Cerámica de Manises.
(Textos de Jaume Coll Conesa)